Las historias de los mitos y leyendas de la Antigua Grecia se han contado y vuelto a contar en innumerables ocasiones, y de todas las formas posibles: desde breves poemas hasta novelas de gran extensión. Las aventuras de los Héroes se pueden encontrar en infinidad de libros, el más famoso de los cuales quizá sea Los héroes, de Charles Kingsley, o Los cuentos de Tanglewood, de Nathaniel Hawthorne.
Sin embargo, en este libro he querido presentar los viejos relatos de forma diferente. Mis predecesores han cogido historias independientes y las han reelaborado de diversas maneras, aunque en general dejándolas aisladas. Mi pretensión ha sido dar coherencia a los relatos de la Edad Heroica fundiéndolos en uno solo, que es como concebían los antiguos helenos su mitología.
El resultado, que lleva la historia desde los mitos de la creación del universo hasta la muerte de Heracles, ha sido la reunión en una secuencia de algunos de los relatos más famosos del mundo. Como aquí no se trata de presentar un bosquejo de mitología griega, las historias han crecido o perdido importancia según se iban entrelazando unas con otras. De esta forma, los grandes ciclos heroicos, como los de Perseo, Teseo o los argonautas, han exigido capítulos dedicados a ellos en exclusiva; mientras que otras aventuras más breves, si bien famosas, como las de Orfeo y Eurídice o la del rey Midas, se han convertido en incidentes incrustados en historias más extensas. A pesar de ello, no creo haber dejado fuera muchos de los episodios más conocidos, como las desgracias de Edipo y las subsiguientes expediciones contra Tebas; o algunas de las «metamorfosis», como las de Narciso o Jacinto, que serían en realidad epígrafes de un diccionario clásico, aunque haya narradores que basándose en Ovidio los desarrollen en historias autónomas.
Pero sí que falta una serie completa, la más importante de todas: «La historia de Troya». Ocurre que al ser un ciclo de tal importancia y longitud, me ha parecido procedente darle su propio tratamiento aparte, y se puede encontrar en el libro La historia de Troya (Siruela, 2006), en esta misma colección. La muerte de Heracles marca una línea divisoria lógica en los mitos de la Edad Heroica; las epopeyas posteriores forman parte de la gran saga de Helena de Esparta, el sitio y la caída de Troya, y los viajes y retornos de Odiseo y de los demás Héroes, lo cual demanda un volumen aparte.
Estaría fuera de lugar una lista detallada de mis fuentes: se trataría de un vasto elenco de autores y referencias que recorrería los dos mil años de literatura griega que separan a Homero de Eustasio. Unas veces los diálogos siguen los originales griegos, y otras son producto de mi imaginación, aunque he intentado, en la medida de lo posible, basarme honestamente en mis numerosas fuentes. He seleccionado, aunque quiero pensar que sin falsificar los originales. Puedo haber inventado diálogo, pero sin añadir ningún incidente; tampoco he alterado ninguna leyenda, a pesar de haber omitido los detalles que me han parecido inoportunos.
Hay dos pequeñas excepciones a esta regla. La primera es la supresión del nombre de la «esposa-hechicera» que trata de envenenar a Teseo a su llegada a Atenas: si se hubiera tratado de Medea, Teseo difícilmente hubiera podido contarse después entre los argonautas. La segunda es que he seguido a Kingsley al permitir que el viejo criado, el único hombre que se ajustaba exactamente a la Cama de Procrustes, advirtiera a Teseo; quizá Kingsley dispusiera de una autoridad para este detalle, pero yo no he sido capaz de encontrarla.
Por lo demás me he atenido rigurosamente a las autoridades clásicas para este libro. De hecho, aunque a veces he utilizado a un autor latino para alguna descripción o aspecto menor, puedo afirmar que tengo una fuente griega antigua para cada uno de los episodios, excepto el de Caco.
Finalmente, casi resulta innecesario indicar que he recurrido a los nombres propiamente griegos para los dioses de la Antigua Grecia. La costumbre de utilizar sus equivalentes latinos se ha superado completamente durante los últimos cien años, aunque perdure en las reimpresiones de Hawthorne. No obstante, en deferencia a la tradición literaria general, he usado las transcripciones latinizadas —Febo Apolo en lugar de Feibo Apolo; Eurídice en lugar de Eurídike, y así sucesivamente—. He añadido una lista con las versiones latinas de los nombres de los dioses y diosas, para evitar a los lectores posibles confusiones al encontrarse con estas formas extrañas.
Pero sin duda los dioses y héroes de la Antigua Grecia jamás deberían resultarnos ajenos. Sus historias forman parte del patrimonio de la humanidad, son pieza básica de nuestra literatura, nuestro lenguaje y nuestro pensamiento actual. Ni podemos empezar con ellas demasiado pronto, ni jamás deberíamos dejarlas atrás según pasamos de este tipo de versiones adaptadas a la lectura de los autores griegos auténticos, al principio en las traducciones inglesas de Lang, Murray o Rieu; y luego, si tenemos suerte, a los hermosos ecos del griego original. Una vez encontrada, la mágica maraña de los viejos mitos y leyendas griegos es nuestra por derecho, y nuestra de por vida... en lo bueno y en lo malo.
Viejas figuras de canciones que no mueren Hechizarán los salones de la memoria.
ROGER LANCELYN GREEN
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