Eje: Formación de los Estados Nacionales
Tema: Revoluciones, burguesía y capitalismo
Aprendizaje esperado: Reconocerás el pensamiento de la Ilustración y su efecto transformador.
El absolutismo y sus críticos
El absolutismo es un sistema político que concentra un poder casi ilimitado en los monarcas. En los siglos XVII y XVIII algunos reyes absolutistas consideraban que tenían “el derecho divino” de gobernar, es decir, creían que recibían la autoridad directamente de Dios.
Este régimen político se afianzó sobre todo en Francia, España y Rusia. Para centralizar el poder, los monarcas redujeron la influencia de los nobles en la toma de decisiones del gobierno y se aliaron con la naciente burguesía que los financiaba.
El absolutismo francés llegó a su máxima expresión en el siglo XVII, durante el reinado de Luis XIV, a quien se atribuye la frase “el Estado soy yo”.
La frase resume la idea del monarca absolutista de asumir por completo el poder sobre el gobierno y sus súbditos, sin rendir cuentas a nadie sobre sus decisiones. Como te puedes imaginar, esto es contrario a las ideas de participación ciudadana que nos rigen en la actualidad y que se originaron con la crítica al absolutismo.
En el siglo XVIII, los monarcas absolutistas Luis XV y Luis XVI intentaron cobrar nuevos impuestos a la nobleza y al clero para enfrentar los graves problemas económicos derivados de las guerras que sostuvo Francia contra otras naciones europeas. Las medidas ocasionaron descontento en la aristocracia y debilitaron el poder monárquico.
Durante el siglo XVI, España había sido la principal potencia marítima y comercial en el mundo. Sin embargo, durante el siglo XVII entró en decadencia debido al atraso en la producción de manufacturas, pues su producción era principalmente agrícola y minera. En el rubro industrial, Inglaterra y Francia le aventajaban. En consecuencia, estas dos naciones comenzaron a perfilarse como nuevas potencias.
En España la economía era mercantilista, es decir, la Corona privilegiaba la concentración de metales preciosos y limitaba la producción de manufacturas y su comercio. En Inglaterra y Francia, en cambio, liberaron la producción y el mercado, con lo que permitieron la libre competencia. Así, al comenzar el siglo XVIII, mientras Inglaterra y Francia producían en grandes cantidades y comerciaban intensamente, España estaba rezagada.
La dinastía de los Borbón, que asumió el poder en España y sus colonias en 1700, se propuso recuperar el poderío que la monarquía española había alcanzado cuando comenzó a colonizar América, durante el siglo XVI. Para ello aplicó reformas que intentaban robustecer el poder del monarca y restárselo a instituciones que se habían fortalecido durante el siglo XVII, como la Iglesia católica.
Un ejemplo del esfuerzo de los monarcas españoles por limitar el poder de la Iglesia fue la expulsión de los jesuitas de España y sus dominios en 1767, ya que esta orden religiosa gozaba de enorme poder económico, ejercía gran influencia en la población mediante la educación y solo rendía cuentas al papa, nunca al rey.
En Inglaterra, el absolutismo tuvo características diferentes porque, en esa nación, un Parlamento, o poder legislativo, limitaba el poder del rey. Por varios años se dio en este país un enfrentamiento entre dos bandos: por un lado, la nobleza y los grupos partidarios de la monarquía absoluta y, por otro, los burgueses que defendían el Parlamento.
En 1689, el rey Guillermo III, conocido como Guillermo de Orange, fortaleció el Parlamento al jurar la Declaración de Derechos, un documento en el que se daban amplias facultades a la institución para limitar la autoridad del rey. Por esta razón, el absolutismo fue más moderado en Inglaterra.
El gobierno liberal de Orange demostró a otras naciones que era posible limitar el poder de los monarcas por medio de la representación política de la sociedad y del fortalecimiento de las instituciones. La libertad que dio la Corona inglesa a los particulares para comerciar favoreció que Inglaterra experimentara un gran desarrollo industrial en el siglo XVIII.
En la búsqueda de más recursos naturales y nuevos mercados para sus manufacturas, el Imperio inglés se expandió hacia nuevos territorios en América, Asia y África. Con ello se perfiló en el siglo XIX como la potencia económica capitalista más importante del mundo.
Desde su origen el absolutismo tuvo importantes críticos. En el siglo XV surgió en Europa una nueva forma de pensamiento racionalista que revaloraba al ser humano y sus acciones en la vida política y social.
Esta forma de pensamiento continuó su desarrollo y, enriquecida por la revolución científica, culminó en el siglo XVIII en un movimiento cultural y filosófico conocido como Ilustración.
Para los pensadores ilustrados, que establecieron las bases del pensamiento moderno, la razón era el motor que llevaría al ser humano al progreso. El conocimiento debía propagarse entre todos los sectores de la población, y la educación era la herramienta apropiada para lograrlo. El pensamiento libre, crítico y racional permitiría a la humanidad alcanzar un estado de bienestar y felicidad.
Los pensadores ilustrados hicieron severas críticas a las monarquías absolutistas de su época, que no permitían a sus gobernados opinar ni participar en las decisiones políticas y económicas. Propusieron el avance de las sociedades hacia sistemas más liberales y denunciaron las injusticias y la gran desigualdad social que había en Europa.
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